Curiosos

sábado, 23 de marzo de 2013

Una mirada vale más que mil palabras

REPORTAJE LITERARIO

Abro la puerta. Ante mi hay una pequeña sala, vacía y nada familiar. Desde mi posición en la entrada contemplo el aula. Un lugar abandonado repleto de pupitres. Algunos de ellos permanecen caídos en el suelo, quizás por las prisas de una huida veloz. Otros permanecen estáticos, perennes, como congelados por el tiempo. Encima de ellos hay libros, papeles antiguos, arrugados, humedecidos por las lágrimas del piso que los contempla. A la izquierda, una fila de ventanas cuyos cristales se quebraron hoy hace ya mucho tiempo, dejan entrever una luz que parece no querer llegar. A la derecha, una puerta nos señala que al otro lado sigue habiendo vida, o en su defecto, un aula igual de vacía. Junto a ella un inmenso agujero en una de las paredes y unos baldosines reducidos a escombros me alertan de que aquí, una vez, pasó algo.

La reunión ya ha empezado. Los psicólogos comenzaron hace rato con el estudio de Teresa. Entro en la instancia, todos me miran y yo, avergonzada y con la máxima benevolencia que me permite mi ser, me disculpo, por la tardanza, por la interrupción y por supuesto, por las formas. La agencia dio aviso de mi llegada a las doce del mediodía y desde entonces ya habían pasado dos horas. Me siento junto a los científicos. Una brisa de aire entra por la derecha. Estornudo. El polvo y el papel de pared deshecho me da alergia. Mesas, libros, todo está cubierto de una densa capa. Sin embargo, al fondo, enfrente de mi está ella. Plantada. Una niña de apenas 8 años, que me mira mientras sostiene con su mano izquierda la tiza con la que dibuja su hogar. Su hogar es un garabato. Su vida un lienzo turbio.

Teresa Jakóbczyk es una niña cualquiera y su historia la historia de una guerra. Una guerra que participó a escala global y dañó a escala individual, colectiva y que por supuesto, marcó personalidades y destinos. La Segunda Guerra Mundial no termina con el último ataque. La Segunda Guerra Mundial de hecho, no termina. Sus secuelas se heredan y sus heridas se reabren cuando las nombras.

El 1 de septiembre de 1939 Alemania sin previo aviso atacó a Polonia. La invasión de Polonia fue la primera agresión bélicas que el ejércirto de Hitler emprendería. Las fuerzas polacas fueron fácilmente derrotadas y su invasión significó una tragedia para la vida de sus ciudadanos, especialmente de los polacos judíos. El 20% de la población polaca fue eliminada durante la ocupación. Teresa, como una más, sumergida en un súbito estado de guerra, de esta manera, tuvo que contemplar cómo su vida y sus anhelos se redujeron a la única esperanza de sobrevivir.

Hoy estamos aquí con ella, la trajimos a su vieja escuela para poder entender, desde la perspectiva psicológica, cómo afecta la guerra a los niños, qué efectos produce en su futuro y cómo se les puede ayudar a enfrentar semejantes situaciones. Llevan tiempo con el estudio. Le han hecho ya toda clase de pruebas médicas, psicológicas y alguna física también. Pero hoy le han pedido que pinte su hogar. Le han dado una tiza y una pared sobre la que pintar. No ha dibujado un techo, ni tampoco unas paredes. No ha dibujado un perro, ni tampoco un sol luciente. Ha dibujado un garabato. Un eterno garabato que ocupa la totalidad de la pizarra. Según me contaron los expertos después, no levantó la mano durante todo el dibujo. Ocupó toda la pizarra, su agonía.

Desconozco lo que sus ojos vieron, pero su mirada me aterroriza. Por ello, maldigo mi sensibilidad, por hacerme débil. Todo esto me perturba y me hace preguntarme, ¿qué demonios hago aquí y porqué decidí sumarme al estudio? Principalmente lo hice para ampliar información sobre un reportaje de víctimas de la Segunda Guerra Mundial que prepara mi periódico. Pero no contaba con la niña. No contaba con su mirada.

Tomé notas, fotografías y alguna deducción de mis compañeros los científicos. Pero quizás la información más valiosa que pude llevarme de aquel día fue una idea que ya venía tejiendo Ryszard Kapuściński en su libro “Un día más con vida”, donde decía que “la guerra no se puede transmitir ni con la pluma ni con la voz ni con la cámara. La guerra es una realidad solo para aquellos que están apresados en su interior, sangriento, sucio y repugnante. Para otros no es sino una página en un libro”.

De esta guisa, marché de aquella sala, encerrada en mis propios demonios y víctima de una tremenda empatía hacia aquella niña. Me mantuve en silencio durante todo el estudio y me mantuve en silencio durante todo el viaje a mi ciudad. Tenía mi reportaje, tenía mi foto. Pero me llevaba también algo con lo que no contaba. En mi caso, la guerra siempre había sido una contienda, un drama y sus consecuencias. Pero nunca fue una página, ni un libro concreto, tampoco un documental ni una fotografía en particular. Para mi, la Segunda Guerra Mundial, desde ahora, serían sus ojos. Sus ojos y el desconcierto que me suscitó su incomprensible mirada. Una mirada que aún mirándome desde cerca, me observaba desde lejos. Lo que me hace pensar que la cercanía no es siempre sinónimo de alcanzable y que por supuesto, lo inalcanzable, en ocasiones, enmudece.


Teresa vivió en un campo de concentración. Sobrevivió.
En la imagen podemos verla dibujando su casa.
Fotografía: David Seymour- Magnum Photos 1948 (Polonia)

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